viernes, 31 de julio de 2009

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Hace ya varios días cambió mi forma de ver las cosas, de entenderlas y si bien ahora quizás no me encuentro en el apogeo de esta filosofía (no me gusta el término), sí me sigo sintiendo enteramente identificado con su dogma. Este cambio no fue producto de una revelación, ni de una experiencia cercana a la muerte ni nada de esas boludeces, simplemente creo que se trata de una nueva fase de un proceso reflexivo que me viene acompañando desde hace un tiempo y que supo danzar por todos lados. Empecé a verme como el responsable de todo lo que me pasa, bueno o malo y dejar de culpar a la suerte. Entendí que de mí depende el arrepentimiento y la satisfacción, la dicha y el desconsuelo. Quizás parezcan clichés pero la verdadera toma de conciencia de todo esto significó un cambio radical en mi conducta, me invadió un optimismo entrelazado a una sed de acción pocas veces visto en mi persona y eso a su vez llevó a un sincero disfrute de la vida. Suena muy a Bucay pedorro pero no busco dar consejos ni lecciones de nada, tampoco caer en una reivindicación sin fundamento del carpe diem, aunque sí es cierto que comprendí que la apatía, el desinterés, la desidia son cánceres que lo consumen a uno y que la mejor manera de enfrentarlos es el provecho del presente. Nunca más voy a tener 21 años y el vértigo que esto me genera no puedo otra cosa que canalizarlo en verbo, en acción. Por supuesto que esto tiene que ir de la mano de un profundo cuestionamiento y replanteo de las cosas, de lo contrario la inercia te termina llevando devuelta a la apatía. De nuevo, no me considero nadie para decirle a la gente qué hacer o no, o qué pensar, solamente comparto mi experiencia. Citando al prestigioso intelectual amante del bijou: "por lo menos así lo veo yo".