
Me molesta mucho no saber cómo actuar en algunas situaciones. No aquellas súper complejas, determinantes en la vida de todos, que requieren decisiones drásticas, seguridad y templanza, sino esas pequeñas y cotidianas que nos aturden con su falta de importancia.
Esperando el colectivo pude ver a unos centímetros de mis pies dos monedas, una de 5 y otra de 10 centavos. Me dio fiaca agacharme a levantarlas y pensé que el que realmente las necesitara (sin hablar necesariamente de alguien pobre, podría ser alguien que le faltaran 10 centavos para el bondi o algo así) no tendría problema en juntarlas del piso. A los minutos se acerca una señora y me pregunta si la puedo ayudar con alguna monedita, separo el peso con 25 del boleto y le doy 50 centavos que me sobraban. Mientras separaba las monedas pensé en hacerle notar los quince centavos que yacían junto a mis pies pero me arrepentí. Lo sentí despectivo, hasta agresivo, me imaginé señalando las moneditas en el piso y ella agachándose para juntarlas y eso me generó mucho rechazo, no era la posición que quería adoptar por lo que me quedé callado mientras me agradecía y seguía su camino. Al poco rato llegó mi colectivo y mientras desfilaba en busca de mi lugar en la fila de asientos del fondo se me ocurrió que lo mejor hubiera sido levantar esas monedas en el momento en que me pidió ayuda y dárselas junto a mis 50 centavos. Por supuesto que este tipo de revelaciones siempre llegan con un delay de por lo menos diez minutos.
Otra situación que en los últimos días supo perturbarme por la duda en su resolución ni siquiera llevaba consigo la incomodidad de la interacción interpersonal. Mi celular tiene abajo de la pantalla dos cuadraditos mínimos que sirven para quién sabe qué. Un mal movimiento mientras configuraba la alarma en la cama hizo que una de estas mierditas se me cayera al piso y ahí empezó todo. Me asomé para ver si lo encontraba en una primera pasada y noté, por la alfombra, que era una tarea bastante más complicada de lo que suponía. No supe qué hacer. No supe si realmente valía la pena buscar el pedacito de plástico. Estuve por lo menos cinco minutos recostado analizando la situación, reflexionando acerca de la importancia del coso ese, tanto estética como funcional y ante la falta de una respuesta sólida decidí considerarlo perdido e irme a dormir. Quizás si esos cinco minutos los hubiera destinado a la búsqueda, hoy debajo de la pantalla tendría los dos cuadraditos, no lo sé. La cuestión es que la mujer se fue con quince centavos menos de los que podría haber tenido y mi celular perdió su cosito de plástico y con ello su simetría. Qué garcha.